divendres, 27 de desembre del 2013

Bambino

    Siempre que hablábamos sobre Bambino, la conversación acababa en discusión. Que si es el autor de Corazón Loco, que no que es Machín..., que si  de dos gardenias... Que si era único... Que si no tenía pureza... Que si era comercial... Bambino... Lo que si pudimos comprobar es que te abre puertas si vas al concurso de cante flamenco de la Mina, en Barcelona. Clicar para ver
    Acaba de tocar El Capullo ahora suena la Chiqui de Jerez: "Me lo como to... Me lo como to..." Le dices a un gitano "me gusta Bambino" mientras estás meando en los setos de al lado del columpio, y ya te lian... "Este no es madero". Se busca madero al que le guste Bambino. No es fàcil ganarse la confianza de un gitano --es imposible-- , pero le dices medio colocao "me gusta Bambino" y ya te has metido en su casa; en la casa de un gitano, con sus gruesas paredes y su puerta blindada.
    Entras detràs de él, andando con mucha indecisión. "¿Eres cojo?"--, te pregunta, girándose lo indispensable para cercionarse que no te falta ninguna pierna--. Esperas sus instrucciones "pasa...siéntate..." pero esto no sucede. No te presentan, nadie te saluda. Te sientas en la silla de la pared, junto a la puerta, de manera que cuando los niños pasan te rozan o te golpean ligeramente; ahí te sientes seguro, es un lugar de paso, no puede ser el destino de nadie que entre en la casa. Estas pensando en la silla; es lo que toca. No es de enea, como cabría pensar, no. Es de hierro, dura y fria; no es una silla que participe en la vida de los que allí viven. Te sientes (porque te sientas) en el lugar correcto y eso te da ànimo, pero no el suficiente como para iniciar una conversación. Esperarías que te pusieran un taburete delante, con una lata de berberechos, una bolsa de patatas fritas y  un vermut sin hielo, a palo seco; pero esto tampoco sucede, es un lugar de paso; allí reina el desorden, pero nadie pondría una "mesa" en un lugar de paso. Piensas que utilizarías el taburete a modo de caja, golpeando su borde enérgicamente; seis o siete toques para no llamar demasiado la atención. Entonces te golpeas los muslos con soltura, sonoramente; nadie te mira: bien. Ya estàs cómodo... Ahí està el plato de patatas fritas, y hay olivas también; no han puesto palillos para los berberechos --para què--. Ahora ya no piensas en la silla, sinó en la textura y sabor de las patatas, conoces el sabor de las patatas remanias, pero en esas encuentras algo totalmente nuevo, turbador. No...No estas aquí para descubrir cosas nuevas. Piensas en coger olivas, con los dedos, de una en una; no las coges para comer --por otro lado no sabrías que hacer con el hueso--, simplemente para liberarlas momentáneamente del plato. Toda la superfície esférica de la aceituna debe recibir la luz, pero principalmente el aire. Las aceitunas piden aire. "¿Què haces?-- me pregunta el gitano--. "Les doy aire a las olivas"--digo--. El gitano entonces rie y el patriarca, que està sentado en el sofà con el bastón entre las rodillas, lo levanta y da un sonoro golpe, mientras sonrie; el golpe casi que da a su sonrisa el caracter de una sonora carcajada. "Al payo le gusta Bambino, papa..". "Y las aceitunas" --sentencia el patriarca--. La oronda y morena gitana, vestida de negro y con una criatura en brazos, se percata entonces de mi discreta presencia.  Como hace una mueca de desprecio, yo intento explicarle lo dramàtico de la zona de la oliva que està en contacto con el plato, y la urgencia de liberar la elíptica superficie. La mueca de desprecio se convierte, automàticamente, en una total y reconfortante --para mi-- indiferencia. El niño que sostiene me hace saber, con su sonrisa, que el tono de mi explicación ha sido agradable. Como el momento me parece bueno empiezo de nuevo a golpearme sonorament los muslos. El ruido cobra demasiada presencia, por lo que el gitano lo suaviza tocando flojito las palmas y riendo. "Llévate a este tio de aquí que voy a ver la tele" --dice el patriarca-- Ahora me levanto y para despedirme intento dar las buenas noches, pero sin encontrar las palabras adecuadas; tengo la sensación de que ninguna serà la idònea. Pienso que la situación merece la perfección, porque mis palabras no serán, en absoluto interpretadas, y quedarán suspendidas en el aire como abstraidas de la realidad, como una obra "concreta", como la aceituna que intentaba hacer flotar en la atmósfera de la habitación. Solo ahí y en ese momento, en ese ambiente "ingrávido" se podría colgar cualquier cosa... Una palabra... Una aceituna... Cualquier cosa... Incluso-- por qué no--  una microfusión nuclear: un pequeño sol. Entonces me levanto y como mirando al tendido y brindando un toro, pego un taconazo y digo: "¡Bambino!" y dejo la palabra colgada en el aire. En ese momento mi amigo, que debió ver la palabra suspendida y brillando, desde la calle, entra en la casa y saluda.: "Buenas noches, señores...Me llevo al julai este". "Llévate la palabra que ha colgao tambien de la làmpara". Mi amigo--exferiante y con experiencia en estas lides-- le pide a la gitana una escoba. Entonces la señora decide que ya es suficiente, deja al niño con tranquilidad en el suelo y mostrándonos el vaivén vertical del dorso de su mano --como si caracolease-- se nos acerca lentamente mientras dice, con demasiada afectación,  como si vendiera calcetines en el mercado: "¡Humo! ¡Humo!". Cuando salimos atropelladamente hacia la calle todavía alcanzo a escuchar como retiran la palabra: "Que Banbino ni que Bambina...".

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